Texto: Lucas 13:1-9
Esta porción del Evangelio según Lucas, nos presenta un diálogo algo extraño entre Jesús y unos que le salen al encuentro en su camino. El tema principal se plantea desde un llamado al arrepentimiento. El contexto amplio de esta conversación, como lo evidencia el primer versículo, está conectado a los textos del capítulo anterior donde además se habla del final de los tiempos.
De primera parecería que Jesús da poca importancia al relato del asesinato por parte de Pilato de unas personas que se encontraban ofreciendo sus sacrificios. Y es que Jesús parece percibir detrás del planteamiento de esta tragedia, el dedo acusador hacia unas víctimas por causa de la noción de que, el sufrimiento era resultado del pecado. Por eso de igual manera, Jesús lo compara con otro suceso, esta vez, no de una matanza, sino de un accidente que resulta en la muerte de 18 personas inocentes aplastadas por la torre de Siloé.
Vemos la respuesta de Jesús como un desafío ante las actitudes altaneras y auto exculpatorias de quienes se piensan exentos de males y están listos a señalar a los demás como si “los otros” fuesen los pecadores, mientras “ellos” están libres de toda falta.
A continuación, comparte una parábola de una higuera, que, como las que aparecen en Mateo y Marcos, tiene apariencia de madurez, pero no tiene frutos. A diferencia de las anteriores, en Lucas, no se escucha ninguna palabra de maldición, sino que, la higuera recibe una nueva oportunidad, para que, una vez más, el viñador la limpie, le remueva la tierra, la riegue y la fertilice, para así darle una nueva oportunidad para que pueda dar frutos.
El texto nos plantea el rechazo de Jesús a la falsa seguridad, como de igual manera a la falsa noción de que, las tragedias a nuestro alrededor, son producto del castigo de Dios para gente que se lo merece. La realidad es que, todos y todas nos merecemos de igual manera la condenación, pero la misericordia de Dios sobreabunda, sobre todos y todas.
La parábola de la higuera es necesaria para poder poner en su justa perspectiva las palabras anteriores. ¿Somos capaces de escuchar la pregunta que nos hace Jesús? Es clara y directa; ¿y tú qué? Sin duda nos recuerda que, hay momentos en que somos como aquella higuera frondosa, que desde lejos parece estar preñada de buenos frutos, pero cuando el Maestro se nos acerca, no ve lo que esperaba encontrar.
“Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden hacer nada.” (Juan 15:5). Por más hermosos y saludables que parezcamos, si no damos frutos, nos merecemos ser echados a un lado, pero la misericordia de Dios siempre está presente. Y nos da una nueva oportunidad. Nos da la oportunidad de que nos arrepintamos. Esto significa que pongamos nuestra atención, no tanto en lo que vamos a hacer, sino más aún en lo que hemos de ser.
El Señor está con su azada en mano, sus instrumentos de cuidado, abonándonos con su amor y podándonos con su misericordia. Tenemos la certeza que Dios nos transforma con su gracia.
Sostenidos y sostenidas de esa promesa, nos abre paso a un nuevo tiempo. Hoy comienza el año 120 del ministerio de nuestra amada iglesia. Hagamos el compromiso y permitamos, en este año, que su Santo Espíritu obre en nuestras vidas y produzca los frutos que el Señor quiere y puede dar a través de nuestras vidas. ¡Que así nos ayude el Señor!
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