Al iniciar a escribir esta nota, viene a mi recuerdo un cántico que aprendí en mi niñez. Decía algo así: “La B-I-B-L-I-A es el libro de mi Dios, en ella solo confío yo, la B-I-B-L-I-A ¡Biblia!”. Con este cántico se buscaba transmitir una profunda verdad: que podemos confiar en la Palabra de Dios revelada a través de la Biblia. Precisamente esa verdad revelada es lo que hace de la Biblia un libro extraordinario, pues en ella encontramos la dirección para la vida presente y ella marca el camino hacia la vida eterna.
A lo largo de la historia de la iglesia, han sido muchos los entendimientos acerca de la Biblia y de la Palabra de Dios. Como herederos que somos de la Reforma Protestante, me parece apropiado señalar que, algunos reformadores, al hablar de la palabra de Dios, destacaban la palabra personal (o Logos), es decir, a Jesucristo mismo. Hacían esto con el propósito de destacar a Jesús entre el conjunto de escritos o palabra inspirada. Así pues, entre el conjunto de historias y afirmaciones bíblicas, la vida y enseñanzas de Jesús serían la fuente de seguridad para quienes en Él creen. La vida y enseñanza des Jesús revelarían además la palabra personal de Aquel que manifestó su poder en la creación de todas las cosas.
En nuestra tradición bautista, la Biblia es el medio por el cual Dios ha transmitido el testimonio de su palabra viva, que es Cristo. La palabra inspirada o palabra escrita es el medio que el Espíritu Santo utiliza providencialmente para acercarnos a Él, para que vivamos en comunión y tengamos Su dirección. Los reformadores reconocieron la palabra escrita de Dios como una siempre poderosa, que conduce a la fe y a la conversión, siempre que esté acompañada de la obra del Espíritu Santo. De esta manera, las Escrituras, como palabra de Dios, son un medio de gracia, pues nos conducen a Cristo, son la fuente principal de todo nuestro conocimiento acerca de Dios, nutre a los santos y actúa en la extensión de la iglesia. Desde sus inicios, los bautistas establecieron en sus primeras confesiones que la Biblia era la única regla suficiente, segura e inefable para el conocimiento de Dios y de su voluntad. Estas confesiones establecían también cuales libros, evangelios y cartas serían reconocidos por la comunidad de fe. Además, afirmaban la necesidad e importancia de recibir iluminación del Espíritu de Dios para entender las cosas que han sido reveladas en la Biblia.
Años después, sigo afirmando que “en ella solo confío yo, la B-I-B-L-I-A, ¡Biblia!”. Sin embargo, ahora no solo lo canto, sino que lo celebro, pues es en ella donde único hallo la vida, testimonio y promesas de Jesús, así como Su dirección para mi vida aquí y ahora y para la eternidad.
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