“Allá en la puerta un niño; se llama Jesús…” Con estas palabras comienza una canción que el gran Tony Croatto hizo muy popular durante la década de los 80. Esta es una de esas canciones que han venido a formar parte de nuestra tradición cultural navideña. En la misma se describe a un Jesús, hecho niño, que viene a interrumpir la “navidad” de una sociedad muy enfocada en lo superficial, lo externo y lo vano. La canción retrata la manera equivocada de celebrar la llegada de Dios al mundo. Aquel niño se presenta a la puerta de un hogar donde todos estaban dominados por el ajoro y la carrera de prepararse para salir a celebrar la Navidad, al punto que no reconocen —ni identifican— que la Navidad ha llegado a su puerta. Nos presenta una actitud de ignorancia, de negación y de rechazo a la realidad que nos rodeaba como sociedad en aquella época.
Aquel niño Jesús llega a la puerta con “calzones rotos, descalzo y pelú”. Es obvio que ese niño es pobre. Ese Jesús llega a la puerta con hambre física, pero también con hambre de atención, de cuidado, de justicia, de amor. Ese niño que se llama Jesús nos recuerda al niño del pesebre en Belén. El Emanuel —Dios con nosotros— vino a nacer humilde y pobremente en un establo, entre animales. Aquel niñito que era Dios mismo, nuestro Mesías, nació como un marginado, sin acceso a lo que era apropiado y necesario para un nacimiento sano. No tuvo atención médica, no tuvo una cuna, no tuvo los recursos que hoy día consideramos necesarios. El hijo de Dios, el salvador de la humanidad, nació en la periferia, afuera, relegado, escondido, ignorado por la sociedad.
El niño de la canción viene a la puerta pidiendo un aguinaldo. Pedir y dar aguinaldos es algo que ya no vemos en nuestro país. Recuerdo que, en mi niñez, pasaban por mi vecindario niños del caserío Gautier Benítez con maracas y güiro a cantar y pedir aguinaldos. Se paraban frente al balcón de casa y desde ahí nos cantaban. Hoy día no veo niños cantando, pero sí veo jóvenes y adultos pidiendo en los semáforos y en la entrada de establecimientos como Walgreens. Nos piden dinero, “una pesetita”, lo que tengamos. A veces nos dicen que tienen hambre, que les compremos algo en McDonald’s. Ellos, igual que el niño de la canción, nos presentan una cara de la pobreza social de nuestro país. Me los encuentro todos los días. Los adictos a las drogas, al alcohol, a los juegos de azar. Los pobres, los deambulantes, los enfermos mentales, los que prostituyen su cuerpo. Los marginados, los despreciados, los rechazados, los ignorados, los que tienen hambre y sed de justicia. Son las ovejas perdidas: aquellas por las que el niño de Belén vino a la tierra, aquellas por las que el gran pastor entregó su vida.
El niño de la canción y el niño del pesebre nos retan y nos llaman a mirar, a ver, en nuestros semejantes a Dios mismo, que está entre nosotros. Jesús camina y se mueve entre nosotros. Jesús se acerca a nosotros; viene a nuestro encuentro todos los días. Jesús está a la espera de que lo veamos en esos y en esas que necesitan que los busquemos y los recibamos. Jesús sale a nuestro encuentro en aquellos y aquellas que necesitan que los ayudemos, los valoremos y los amemos. Es hora de dejar de buscar a Jesús en el pesebre. Dios está con nosotros y entre nosotros. ¿No lo ven?
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