Hebreos 12:1-2
Hoy nuestra iglesia celebra y reconoce la labor del Ministerio de Adultos Mayores “Sembradores de Amor”.
Durante 45 años nuestra congregación ha sido testigo de la hermosa labor de un ministerio caracterizado por la alegría y el gozo de servir al Señor. Han sido cuarenta y cinco años de esfuerzos y sacrificios, así como de logros y victorias. Cuarenta y cinco años de caminar en fe. Cuarenta y cinco años de fidelidad y compromiso
¿Qué se necesita para sostener un ministerio como este durante 45 años?
El autor de la carta a los Hebreos nos da algunas ideas que nos pueden ayudar. En primer lugar, se requiere abandonar y deshacernos de todo aquello que impide perseverar en el camino. “Despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia.” A menudo he escuchado este verso leído incorrectamente: “despojémonos del peso del pecado”. Al leer muy rápido o de manera automática, algunos no se dan cuenta que están eliminando una parte muy importante de la oración: la conjunción “y”.
Es cierto que para poder servir eficazmente al Señor necesitamos despojarnos del pecado, o sea, de todo pensamiento, palabra o acción que va en contra de la voluntad de Dios. Sin embargo, también es cierto que necesitamos despojarnos de cargas o responsabilidades que no nos corresponden a nosotros llevar y que compiten con aquellas que Dios sí nos llama a realizar.
Igualmente hay que despojarse de preocupaciones y angustias que deberíamos poner en las manos del que se entregó por nosotros en la cruz del Calvario. Además, es necesario despojarnos de la influencia de personas o instituciones que sin darnos cuenta desplazan al Señor en nuestro diario vivir.
En segundo lugar, es necesario practicar la paciencia. “Y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”. Completar la carrera requiere que desarrollemos la capacidad de sufrir y tolerar desgracias y adversidades, así como situaciones molestas u ofensivas con fortaleza y calma.
Así como en nuestra vida personal tenemos retos y desafíos, en la vida de la iglesia también los tenemos. Hay que aprender a vivir pacientemente. Esto no quiere decir que nos sentamos y aceptamos las cosas porque sí. Correr con paciencia significa que enfrentamos lo que sea sabiendo en quién hemos creído y a quién servimos.
En vez de dejarnos dominar por las circunstancias, nuestra paciencia las domina. Pacientemente, no nos desesperamos, no nos descontrolamos, no nos damos por vencidos, sino que ejercemos nuestra fe y seguimos adelante en el nombre de Jesús.
Finalmente, para llegar a la meta necesitamos mantener nuestros ojos puestos en Jesús. “Puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”. Solo podemos correr la carrera, caminar en fe y alcanzar la meta si mantenemos nuestra mirada fija en Él.
Jesucristo es nuestro enfoque, nuestra inspiración y nuestro modelo.
Poner nuestra mirada en Él implica que tenemos que apartar nuestra mirada de todo y todos los demás. No fijemos nuestra mirada en los que nos rodean, familia, vecinos, amigos, hermanos y hermanas de la fe. Cualquiera de esas personas puede hacer que desviemos la mirada de Jesús.
No fijemos nuestra mirada en nuestras faltas y pecados, ni en nuestras angustias y preocupaciones. Ya Cristo cargó con todo eso y lo destruyó en la cruz del Calvario.
No fijemos nuestra mirada en el curso de la carrera, ni en los que corren con nosotros, ni en los logros obtenidos. Fijemos nuestra mirada en Jesús, en su vida, en su amor, y en su poder.
Si así lo hacemos, podremos seguir sembrando amor y Su obra permanecerá.
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