Génesis 21: 15–20
La historia considerada hoy es muy singular; en ella encontramos a una mujer esclava llamada Agar que fue utilizada por sus señores para tener un hijo, Ismael. Mediante el Código de Hammurabi sabemos que en las culturas de la antigüedad había normas en cuanto a las relaciones con esclavas e hijos contraídos con ellas. Abraham no cumplió con la responsabilidad de brindarles seguridad a su hijo y a la madre de este, sino todo lo contrario: los expulsó al desierto. Tal acción, además de ser un rechazo, representaba una condena de muerte para aquella madre y su joven hijo. Ante tal escenario de soledad, asediado por el cansancio —producto del calor amenazante— la sed y el hambre, aquel joven comenzó a desfallecer. La desesperanza se apoderó de Agar, al punto que ubicó a su hijo debajo de un arbusto alejado de ella para no verlo morir.
Parecería que el relato tiene dos propósitos fundamentales: primero, demostrar hasta dónde el ser humano es capaz de llegar en su esfuerzo de enseñorearse sobre otros; segundo, presentar a Dios como aquel que vela por nosotros, aun en los momentos más difíciles de nuestra existencia. Según el texto, en medio de aquel escenario de muerte, Dios escuchó el llanto de aquel joven y hasta allí envió a su ángel. En medio de aquella crisis, las palabras del ángel tuvieron varios resultados. Primero, le brindaron confianza a aquella madre al decirle “no temas”. Segundo, la empoderaron cuando, en medio de su condición de indefensión, el ángel le dijo “levántate”. Tercero, la transformaron en una visionaria, pues, además de ver una fuente de agua, ella convirtió el desierto en su hogar, y su conocimiento de Dios se expandió: ahora no vería solo a Dios como aquel que pactó con Abraham, sino que lo conocería como Dios de las naciones.
Finalmente, a la luz de la experiencia de Agar, podemos afirmar que las experiencias de dificultad y dolor no tienen por qué representar el fin de nuestra esperanza y fe, todo lo contrario, veámoslas como una antesala del obrar de Dios en nuestras vidas.
Que este relato nos ayude a afirmar nuestra fe en esta gran verdad: Dios está con nosotros. Amén.
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