Cantares 2: 11–12
Cada año seleccionamos un tema que sirve para expresar nuestra visión de trabajo, acción programática y, ante todo, nuestra afirmación de fe de lo que creemos que Dios está haciendo en medio de la comunidad de creyentes. Este año no es la excepción, pues, al declarar “ha llegado el tiempo de cantar”, estamos creyendo que un tiempo de renovación y refrigerio espiritual se hace presente en nuestra vida de iglesia.
Precisamente esa es la idea que nos presenta este pasaje cuando el amado se acerca a la amada y le habla. Su voz, la voz del amado, sería suficiente para experimentar la claridad, el renuevo y una nueva canción. Como resultado, la amada viviría en alegría, seguridad, esperanza y plenitud.
Así mismo, para nosotros los creyentes, la voz de Dios debe ser suficiente para transformar escenarios de tristeza y carentes de esperanza, también para vivir en adoración. Con esto en mente, hemos formulado tres afirmaciones teológicas que nos ayudarán en nuestro quehacer misional este año. En primer lugar, la adoración es el testimonio de quien cree las promesas de Dios. Es la expresión viva de quien ha visto la obra de Dios en su vida y mira con esperanza el futuro. Segundo, la adoración es la forma en la que el ser humano puede responder a la invitación divina de la salvación. Es una respuesta continua que trasciende barreras de tiempo y espacio. La adoración verdadera es la que expresa equilibradamente la actitud espiritual y la pureza doctrinal. Finalmente, la adoración también es la expresión de una comunidad de fe. Es la expresión de quienes adoran a Dios desde su experiencia con la diversidad de dones y capacidades dadas por Dios. Debe ser la experiencia unificadora de la comunidad, en la cual todas las generaciones se unen en un solo propósito: adorar a Dios.
¡Ha llegado el tiempo de cantar!
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