2 Pedro 1: 3–11
El pasaje considerado comunica una verdad fundamental a quienes habían aceptado y hecho suya la vida de Cristo. Esa verdad afirmaba que Dios les había dado lo que necesitaban para la vida de fe, esto es, una acción providencial que era posible solo por la intervención del Espíritu de Dios en la vida del creyente. Según el texto bíblico, esa provisión les permitiría vivir en armonía con la Palabra honrándole, amándole y sirviéndole. Además, esta acción divina les permitiría ser parte de Su naturaleza —no de su ser— lo que, desde la visión petrina, implicaba crecimiento, desarrollo y carácter. Con este planteamiento, el apóstol comunicaba a los creyentes de su tiempo que su participación en la santidad de Dios sería posible siempre que el Espíritu morara en ellos, lo que alteraría su carácter y la totalidad de su vida.
Esta afirmación estaba en contraposición con los pensamientos de la época, en los cuales se afirmaba que los excesos y la corrupción moral conducían al ser humano a un estado divino. Para Pedro, participar en la naturaleza divina permitía al creyente participar de la santidad de Dios. Así pues, lejos de propiciar o participar de actos de corrupción moral, los creyentes debían esforzarse por transmitir ciertas virtudes: fe, bondad, conocimiento, dominio propio, constancia, afecto fraternal y amor. Practicar estas virtudes les permitiría abundar en el conocimiento de Jesús. Con esta afirmación, el autor daba a entender que conocer de Jesús no se limita a adquirir información acerca de Él, sino que ese conocimiento se recibe al vivir e imitarlo a Él. De esta manera, Pedro exhorta a quienes reconocen que Dios les ha llamado a esforzarse en la vida espiritual, de manera que puedan obedecer el mandato de Dios. Solo de esta manera podrían ser partícipes del Reino de Jesucristo.
Que el Señor nos ayude a hacer nuestra la vida de Cristo, de manera que podamos vivir en armonía con Dios, con nosotros mismos y con quienes nos rodean, y mirar con esperanza el reino de nuestro Señor.
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