Mateo 2: 1–12
Tradicionalmente, la Iglesia ha separado en su calendario litúrgico el 6 de enero para recordar la visita de los Sabios de Oriente a Jesús de Nazaret. A este encuentro se le conoce como la Epifanía, que significa “manifestación”. Es decir, una revelación pública, una exhibición pública en la que algo o alguien se deja ver. Es muy poco lo que sabemos de estos sabios. No conocemos cuántos eran, su procedencia exacta, ni sus nombres. Solo podemos concluir, de acuerdo con las Sagradas Escrituras, que fueron los primeros gentiles en acercarse a Jesús, ya que venían de oriente, y que fueron guiados por una estrella. Interesantemente, algunos relatos extrabíblicos del antiguo Israel mencionan otras manifestaciones de estrellas durante nacimientos importantes.
Estos sabios nos representan a cada uno de nosotros, no en sus conocimientos o dones, sino en la fe de quiénes han recibido y creído en la manifestación divina revelada en Jesús, pues el Dios bíblico se encarnó y vino a la Tierra para redimir a “todo aquel que cree”, ya sea de Jerusalén o de lo último de la Tierra. Aquellos hombres de oriente tuvieron la sabiduría de reconocer esta manifestación y la fe para emprender un viaje hacia lo desconocido, guiados por la confianza que se le otorga a quienes escuchan la voz del Señor (Prov. 1:33). Mas el clímax de aquella travesía ocurrió cuando, al llegar al niño, aquellos sabios se postraron y le adoraron.
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