Las mujeres que van de mañana a la tumba, van listas a cumplir con una tradición. Van a preservar la muerte porque ante la muerte, ante la derrota, ante la destrucción de la vida, se sienten totalmente impotentes. Van con la idea de dar apariencia de vida, lo que ya no tiene posibilidades de vida. No sólo eso, sino que además se encaminan hacia la tumba con la certeza de que nada extraordinario, nada fuera de lo común había ocurrido ni habría de ocurrir.
María y las demás mujeres, van en busca de un vivo que ellas creen que está muerto. Ellas le vieron morir así que no tenían duda de su partida. A mí no deja de sorprenderme que, ninguna de ellas, ni de los discípulos, esperase que Jesús resucitara, aun cuando, como lo plantea el Evangelio de Lucas, son tres las ocasiones en que Jesús le habla a sus discípulos de su sufrimiento, su muerte y su resurrección.
¿Por qué están aquí buscando entre los muertos al que vive?, les pregunta el ángel, cuando llegan al sepulcro. Es decir, qué hizo que sólo se les ocurriera buscar a Jesús en el sepulcro; en otras palabras, por qué no pensaron que Jesús estaría en cualquier otro lugar menos en el sepulcro porque después de todo él ya lo había dicho, que resucitaría al tercer día. Por lo visto, aun ellas mismas, las fieles, se olvidaron de las palabras de Jesús.
Quienes recuerdan lo que ha prometido y lo que ha hecho el Señor, ven la cruz como victoria, no derrota.
Quienes recuerdan lo que ha prometido y hecho el Señor, las sombras de la muerte no pueden atormentarles.
Quienes recuerdan lo que ha prometido y ha hecho el Señor, le encuentran en su camino y por lo tanto experimentan el gozo de su presencia en todos sus trayectos.
Tu Señor y Salvador venció la muerte, Él vive y quiere darte vida en abundancia.
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