Texto: Malaquías 3:1-18
Al considerar esta porción de Malaquías, nos damos cuenta que el propósito principal del mensaje del profeta era reavivar el fuego de la fe y el compromiso en los corazones y las mentes de un pueblo que se ha olvidado de, en quién deposita su confianza y su lealtad.
Es evidente en este pasaje que el tema de los diezmos y de las ofrendas es representativo de algo mayor, es decir, es representativo de un compromiso y de una entrega mayor. El mensaje principal del profeta, es un llamado al arrepentimiento. Es una convocatoria al cambio. Es un reto al compromiso.
Pero como siempre en los textos bíblicos, como en la vida misma, el llamado al compromiso y a la entrega no se da en el vacío. Una vez más en las escrituras, la invitación tampoco viene porque sí. Ésta no es la solicitud de un dios caprichoso que quiere imponer cargas a su pueblo porque tiene el poder de hacerlo. Es una invitación libre, de un Dios que ha decidido involucrarse con su pueblo de una manera personal. Es la convocatoria a imitarle, porque, ante todo, es Dios quien dio y da siempre, el primer paso de entrega y compromiso hacia su pueblo. Es decir, sus acciones están sustentadas por su compromiso con sus criaturas. No depende de tiempos o momentos o contratiempos, sino que Dios es completamente de fiar.
Esa realidad del Dios fiel, que no cambia, debe inspirarnos a la fidelidad; más aún, debe motivarnos a un compromiso que no requiere de una ley. Quien depende de una ley para cumplir con un compromiso siempre va a cumplir con lo mínimo. Como la gente que sigue las leyes de tránsito cuando tienen al policía de frente, o como la advertencia que supe que un padre le hizo a su hijo adolescente, “no te das cuenta que no puedes robar porque ahí hay cámaras y te van a agarrar”.
Así pues, no respondemos a requerimientos o normas, sino a la respuesta de un corazón agradecido y comprometido a la luz de la misión que compartimos todos y todas. En el contexto de la mayordomía esto se resume en que, tal vez a algunas personas les haga falta una ley para ofrendar al Señor; pero para ofrendarnos, no hace falta de ninguna ley, sino sólo de nuestra voluntad y nuestra gratitud. Por eso nuestra ofrenda dice, no tanto lo que poseemos en términos económicos, sino de nuestro compromiso. No habla de nuestro potencial, sino de nuestra entrega.
Culmina esta porción con estas palabras: “Serán para mí especial tesoro…entonces, os volveréis y discerniréis la diferencia entre el justo y el malo; el que sirve a Dios y el que no le sirve.” La bendición mayor, será la capacidad de discernir (no para juicio de otros, sino el propio), lo que le agrada a Dios. Poder darnos cuenta si de veras estamos agradando a Dios, imitando la fidelidad y el compromiso con el Señor; si en verdad estamos cumpliendo su voluntad.
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