“Como tú no sabes cuál es el camino del viento,
o cómo crecen los huesos, en el vientre de una mujer encinta;
así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas”.
Eclesiastés 11:5
El aire (viento)… elemento tan necesario y al mismo tiempo tan invisible, apenas perceptible y paradójicamente imprescindible para la vida. El pueblo hebreo, al hablar del aire le llama, ruah que también significa espíritu. Es aliento divino que da vida. Es ese viento creador que se mueve por la faz de la tierra para percibir todo lo que tiene que ser creado y transformado. Es ese soplo de vida, que convierte carne y huesos, en un ser humano; como es también soplo que da vida, fuerza, posibilidad a unos huesos secos.
Huesos secos calcinados por la violencia, el odio y la intolerancia. Huesos que se secan por el individualismo, por la intransigencia y por el egoísmo. Así es, porque hasta los huesos se nos secan, cuando nos separamos de Dios, por creernos autosuficientes y que no necesitamos de un Dios perdonador y restaurador.
Cuando nos imaginamos a Dios como viento; podemos pensar en ese viento que hace que las velas de los barcos se muevan; es viento que hace que en el desierto los valles se conviertan en montañas de arena; es el viento que juega con las olas y en ocasiones hace que esas olas se conviertan en muros con fuerza peligrosa y asoladora. Nos recuerda de la música que tiene el viento cuando nos llega como silbo apacible y delicado, pero además del ruido temeroso de un huracán que nos puede hacer temblar.
“El viento sopla donde quiere, oyes su rumor, pero no sabes dónde viene ni a dónde va”; esto le decía Jesús a Nicodemo.
No podemos controlar a Dios, pero está ahí, presente en nuestras vidas. Dejarnos conducir por Él significa que no sabemos con exactitud a dónde nos puede conducir. Pero vamos, con la certeza que, como es Espíritu de verdad, de vida y de poder, siempre nos conducirá por caminos de bien.
Déjate conducir por ese Espíritu que, como dice el salmista, se desliza sobre las alas del viento. Por ese espíritu que pueda aparecer como silbo apacible en el momento de tu necesidad. Que pueda ser espíritu impulsador, que te conduce por los senderos que no te atreves transitar, pero necesarios para que tu vida sea más plena en Él.
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