Lucas 2: 20, 10: 17–20
El primer pasaje considerado esta semana nos recuerda el regreso de los pastores tras su encuentro con el niño en el pesebre. En aquel lugar fueron testigos de lo que el ángel del Señor les había anunciado. Como resultado, regresaron a su cotidianidad con su fe fortalecida y en actitud de alabanza a Dios por lo que habían oído y visto. El segundo pasaje nos presenta el momento en el que aquellos 70 que fueron enviados por Jesús regresaron a informarle sobre lo sucedido. Aquel informe estaba cargado de buenas noticias. No debemos olvidar que el envío de los 70 representaba las naciones paganas en el Antiguo Testamento y que era la manera en la que Jesús les hacía saber a quienes le seguían que ellos, los enviados, no eran un grupo exclusivo de gente salvada, sino que eran voceros de la salvación que estaba reservada para “todo aquel que cree”, incluidos los pueblos paganos.
Previo al envío, Jesús les había advertido de las exigencias de la misión, exigencias espirituales, emocionales y materiales. En el camino necesitarían tener un compromiso de oración, una disposición a enfrentar hostilidad, ser sencillos, perseverar ante el rechazo y llevar a cabo acciones sanadoras. Al regresar, testificaron de lo sucedido: “aun los demonios se nos sujetan en tu nombre”. Al escuchar esto, Jesús hace dos declaraciones importantes. Primero, “Yo veía a Satanás caer del cielo”, expresión con la que destacó el objetivo de Su misión: afrontar los poderes del mal y proclamar la libertad que solo el evangelio puede dar. Segundo, Jesús dijo “regocijaos que vuestros nombres estén escritos en los cielos”, expresión con la que destacó algo más significativo que expulsar demonios: una vida de celebración, producto de una relación correcta con él.
Ambos regresos deben servirnos de referentes para nuestra misión como iglesia, pues nuestro encuentro con Cristo debe movernos a una vida de alabanza y testimonio, así como a llevar a cabo acciones liberadoras en un mundo esclavizado por el pecado. ¿Cómo lo hacemos? La respuesta a esta pregunta sigue siendo la misma: mediante la proclamación del evangelio y una relación correcta con nuestro Dios. ¡Hacer esto será vivir en celebración!
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