Lucas 2:20, Mateo 18: 23–35
Hoy inicia la temporada de Adviento, la cual comprende los cuatro domingos antes de la navidad. Durante este tiempo la iglesia se prepara en una jornada espiritual que nos lleva al pesebre de nuestra fe para allí encontrarnos con nuestro Salvador y, tras ese encuentro, vivir de manera diferente.
Precisamente esa fue la experiencia de los pastores que, luego de haber aceptado la invitación angelical y de haberse encontrado con el niño, regresaron “glorificando y alabando a Dios”. Es decir, regresaron con la actitud correcta. A la luz de este pasaje, la actitud correcta es ese momento en el que, a pesar de nuestras limitaciones y precariedades, andamos el camino de la vida con una expresión de alabanza a Dios y de testimonio por sus bondades. Es ese momento en el cual miramos nuestra condición y, a pesar de ella, continuamos avanzando. Es el momento en el cual llegamos a comprender que lo que nos define no es ni nuestro pasado, ni las experiencias de la vida, sino nuestro encuentro con Cristo, el Señor. Es el momento en el cual decidimos dejar a un lado nuestras acciones de pecado por una experiencia santificadora.
Jesús ilustró esta verdad con la parábola de los dos deudores. Ambos eran siervos y ambos tenían deudas. El primero suplicó por misericordia a su rey y fue perdonado. Sin embargo, ese mismo siervo condenó a su consiervo, quien también le adeudaba. Al enterarse el rey de lo sucedido, le cuestionó a este su mala acción, pues, a pesar de haber sido perdonado, no perdonó. Termina el pasaje con esta expresión de Jesús: “Así mismo también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón a cada uno de sus hermanos sus ofensas”.
El encuentro con el Cristo del pesebre es el encuentro con quien ha perdonado nuestros pecados, y quien nos convoca al perdón; al perdón que se pide cuando hemos fallado y que otorgamos cuando nos han fallado; al perdón sin límites, pues nos libera de resentimientos y dolor; al perdón que sana relaciones y nos enseña a vivir en comunidad; al perdón que nos hace vivir diferente, teniéndolo como ejemplo en nuestras vidas.
Ese encuentro permitirá que, cual pastores, nuestras vidas “glorifiquen y alaben a Dios”.
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