En estos días escuchábamos del niñito de dos añitos que cayó por un pozo en un pueblo de Málaga, España. Con todo y los esfuerzos, tardaron más de una semana en poder llegar a él. Aunque no se quería perder la esperanza, se sabía que sólo un milagro podía mantenerle con vida, pues el niño estaba metido entre la roca, sin alimento ni agua. Cuando llegaron hasta donde estaba el niño, ya había fallecido y la autopsia reflejó que había muerto el mismo día de su caída.
El ser humano puede vivir varios días sin alimento. De hecho, el ayuno esporádico se recomienda en algunas ocasiones, como algo terapéutico. Pero no así con el agua. Aun cuando se han dado casos excepcionales, en un adulto, el tiempo promedio de supervivencia, es de entre tres y cinco días. En una criatura pequeña es mucho menor.
El salmista canta de la experiencia del pueblo israelita, cuando fue liberado de Egipto. Mirándolo en su contexto amplio, podemos decir que ese largo camino del desierto representó un tiempo de preparación y hasta de prueba, pues sin duda, el mismo les permitiría conocer en verdad quién era Yavé, ese Dios que le había liberado con la promesa de conducirle a una tierra nueva.
Una de las tradiciones rabínicas más antiguas, es la de la roca da agua en el desierto. Esta narrativa que tiene comienzo en la tradición oral, establece que, esa roca no sólo provee agua, sino que, además, acompaña al pueblo israelita a lo largo de su travesía.
Esta imagen de la roca que acompaña, reafirma la idea del Dios que no sólo provee en nuestras necesidades en momentos puntuales, sino más aún, el Dios que se asegura que, esa provisión está disponible siempre para nuestras vidas.
No importa cuán seco es el desierto por el que caminas, Dios está contigo. Y aunque por momentos te sientas desfallecer, ten la seguridad que el Señor hace, que, de donde menos te lo esperas, fluya el agua que nutra tu vida y refresque tu espíritu. ¡Confía en Dios!
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