Salmo 42
Cuando escuchamos o vemos a personas interactuar entre ellos y poderse contar y cuestionar ciertas cosas, podemos inferir que hay una relación personal que ha sido nutrida con el paso del tiempo y hay un sentido de confianza. Esto es algo similar a lo que vemos en el Salmo 42. El salmista se encuentra en un momento de angustia y clama, invoca y ora a Dios para ser reconfortado. Él está buscando y desea habitar en Su presencia.
Al mirar el primer versículo del salmo, nos topamos con un pasaje muy conocido donde el salmista se describe como un ciervo que brama. ¿Por qué utiliza esta comparación? Al conocer sobre este majestuoso animal, podemos entender un poco mejor el sentir del salmista. El ciervo es un animal muy ágil, el cual en su hábitat tiene que convivir con muchos animales carnívoros. Además, el ciervo debe lidiar con dos grandes problemas. El primero es que se cansa rápido, lo que lo hace presa de aquellos depredadores que cazan en manadas. Lo segundo, el ciervo expide un fuerte olor, sobre todo en verano, donde el calor hace que sus feromonas aumenten, lo cual lo hace presa fácil de sus depredadores. Por eso le es necesario encontrar corrientes de aguas para calmar su sed y para bañarse y así, lograr que el fuerte olor que emana de su cuerpo se aparte de él.
El ciervo brama porque en el verano se secan los ríos y manantiales y queda expuesto a sus enemigos. El bramido es un gemido que sale desde el fondo de las entrañas del ciervo. De igual forma, nosotros en los momentos de angustia clamamos desde lo más profundo de nuestra alma, para poder encontrar esas aguas de reposo. ¿Cuál es la fuente de agua por la cual debemos bramar? Jesús es el río y el manantial de vida eterna que sacia nuestra sed.
Cuando nos nutrimos de la fuente de vida correcta, aunque atravesemos dificultades y tengamos preguntas como las tuvo el salmista, nuestro cántico será un clamor de adoración porque sabemos que en Cristo está nuestra esperanza y Él es nuestro Salvador y Dios.
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