Efesios 2.21
Cuando hablamos de crecimiento comúnmente solemos pensar en la cantidad o el tamaño de una cosa. Ejemplo de esto es cuando vemos el aumento de estatura de nuestros/as hijos/as, el aumento de peso en nosotros/as —aunque sea un tema del que no nos gusta hablar—, el alcanzar mejores posiciones en nuestros centros de trabajo, etc. También podemos relacionar el crecimiento con los factores que inciden en nuestra vida diaria como el crecimiento económico, el aumento del crimen, la corrupción gubernamental o el aumento en productos y servicios, lo que comúnmente conocemos como la inflación. Sin embargo, si limitamos el crecimiento a un aumento numérico o porcentual nos quedaríamos muy cortos, pues el crecimiento también nos habla de madurez.
La iglesia de Éfeso tenía el desafió de crecer integralmente. Era un crecimiento que iba más allá del crecimiento numérico. Ellos/as tenían que crecer en medio de una realidad compleja. Esa realidad era que la iglesia había perdido parte de su liderato (con la muerte de los apóstoles), estaban compuestos por una gran diversidad étnica, tenían poco sentido de integración social, existía una represión de parte del imperio, culto a los dioses griego-romanos y se utilizaba la magia y la astrología como medio de mantener control de las personas. Como si esto fuera poco, el culto al emperador representaba uno de los más grandes retos de la iglesia pues el emperador era llamado kyrios (Señor) y Augustus (divino). En medio de todos estos retos, en Éfeso, irrumpe el evangelio produciendo cambios en la vida de quienes lo escuchaban y recibían la fe. Ante todo, irrumpe en sus vidas haciéndole crecer en medio de su realidad.
Esta iglesia crecería al vivir ciertas virtudes que eran evidencia de la gracia de Dios en sus vidas. La primera era la paz, ésta no es la ausencia de guerra o un estado de ánimo que puede cambiar de la noche a la mañana. Es un estado en el cual podemos vivir, es una nueva situación, es algo que podemos recibir y también dar. Esta paz unifica, derriba los muros que separan y generan enemistad y odio entre los seres humanos. La segunda virtud es la reconciliación. Personalmente, me gusta identificar esta reconciliación como una convergencia, es como ver dos caminos distintos y separados hacerse uno. Eso hace el evangelio, nos une a Dios y nos une a nuestro prójimo. La tercera virtud es la comunión. Pienso que ésta es una de las grandes provisiones que recibimos por medio del Espíritu Santo, porque la comunión nos hace ser parte del cuerpo y miembro de la familia de Dios. Sin embargo, esta comunión no se da en el vacío, se da enmarcada en la vida, testimonio y enseñanzas de Jesús de Nazaret.
Ser UNA IGLESIA EN CRECIMEINTO es vivir la paz, la reconciliación y la comunión entre los hermanos/as. Es un crecimiento coordinado, no por nosotros/as, sino por Dios. Es un crecimiento que se da como fruto de la presencia de Jesús en la vida de la iglesia. Es un crecimiento que nos hace madurar en la fe. Es un crecimiento que se da sobre Aquél que es la principal piedra del ángulo; Aquél que es nuestra ROCA DE LA ETERNIDAD.
En el amor de Cristo,
Pastor Alberto
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